Desde hace tiempo, he tenido ese fuerte impulso de hacer algo descabellado que logre romper las normas y lineamientos de la sociedad. Recuerdo perfectamente el momento en el que sentí por primera vez este impulso: Todavía estaba en la secundaria, y todavía andaba con mi novia "hippie". Estabamos sentados ella, un par de amigos, y yo en una mesa de una sucursal de una pastelería muy famosa en la Ciudad de México, cuando lo sentí. En ese momento dije: "¡Maldita sea! Ya van seis veces que pedimos la cuenta y ni nos pelan. Deberíamos irnos sin pagar. ¿Qué más dá? Eso les pasa por sentarnos tan cerca de la salida y no perlarnos". Sin embargo, ese día el impulso no era tan fuerte todavía como para cumplir con su voluntad.
Pasaron los años, y las oportunidades de irme de algún lugar sin pagar la cuenta seguían llegando. Cada vez se presentaban con más frecuencia. Las personas con las que me encontraba, se oponían a esto cada vez más, se iban tornando menos flexibles con cada oportunidad. Siempre lo sugería "Ni se van a dar cuenta..." pero la respuesta siempre era una negativa. Una vez me vi forzado a pedir disculpas por siquiera haber sugerido tan descabellado plan. A pesar de que las oportunidades, también con el tiempo fueron disminuyendo, el impulso jamás desapareció. Estaba ahí latente esperando el momento oportuno. Aprendió a ser paciente, y solo buscaba una oportunidad de atacar. Y lo hizo de una manera espléndida...
Me encontraba con Orly en una pequeña cafetería de la colonia Condesa, platicando acerca de mis problemas existenciales y de mis preocupaciones en la vida. Estabamos bebiendo té exótico: la especialidad del lugar. Siempre tenemos muy buenas charlas cuando bebemos té, lo cual se traduce en un rato muy agradable, pero que se pasa muy rápido. El té de moras que yo bebía se había terminado, al igual que el té que ella bebía. Sin embargo, eso no nos detuvo de seguir charlando un poco más. Cuando finalmente nos decidimos a pedir la cuenta, notamos que ningúno de los meseros del lugar se encontraba en los alrededores. Esperamos un poco más a ver si se acordaban de nosotros y se acercaban a ver si nos hacía falta algo, pero nadie llegó. La desesperación por salir de ese lugar se volvió tal, que Orly me dijo "Oye, ¿y si nos vamos sin pagar?". Fué entonces que, sin decir una sola palabra, me levanté de mi lugar y comencé a caminar hacia la salida. Orly, asustada y un poco nerviosa, salió detrás de mí y dijo "¡Rápido, al coche!". Mientras nos alejabamos de la escena del crimen en mi automóvil, hacíamos el recuento de la situación y nos reíamos al pensar en sus caras cuando se dieran cuenta que nos habíamos desaparecido sin haber dejado nada de dinero en la mesa que pagara nuestro consumo en el lugar.
Al día siguiente, subí a mi auto con toda la calma del mundo y sin ningún remordimiento. Encendí el motor, puse un CD a todo volumen, abrí el quemacocos, y me puse mis gafas de sol... ¡Un momento! ¿Dónde diablos están mis gafas? Esas que son de Rockstar. ¡Las que me gustan tánto! ¿Dónde pueden estar? A ver, te las pusiste mientras manejabas. Te bajaste con ellas y te las colgaste en la playera porque estaba demasiado obscuro como para usar gafas. Te las quitaste de la playera porque te estorbaban para... ¡OH NO! ¡Te las quitaste porque te estorbaban para tomar el maldito té!... Agh!! Los dejaste en ese lugar donde NO pagaste la cuenta.
Tiempo después le conté esta historia a Salvador para ver si él tenía alguna idea de como recuperar mis preciadas gafas obscuras, a lo cual contestó con una sencilla frase: "Ni modo, justicia divina". Eso me llevo por seguir mis impulsos... ¡Maldita sea!
1 comment:
jajajaja que buen post, yo mandaria a algun representante... no se alguien que tal vez pudo estar sentado ahi antes y que olvido sus lentes
rockStar
Post a Comment