Sucede que, como ya había comentado en un post previo, mi automovil necesita ser bautizado. Pronto. Esto había nublado mi cabeza de tal manera, que olvidé algo mas importante que nombrar a mi auto: ¡Estrenar mi auto! ¿Cómo se me pudo haber olvidado? Por suerte, el domingo surgió la oportunidad perfecta para hacerlo.
Como es costumbre de todos los domingos, nos disponiamos a salir a desayunar cuando, de pronto, a mi jefe se le ocurrió la brillante idea de ir a desayunar barbacoa en El Carnalito (afamado lugar para desayunar barbacoa, ubicado en el corazón de Toluca, que cuenta con una larga tradición de excelente servicio y exquisitos manjares dignos de la realeza azteca). Pero, ¿Cómo ibamos a llegar a dicho lugar? Los autos carecían de combustible suficiente para emprender el largo viaje. Excepto uno: el mio. Así que tomé mis preciados lentes de sol, unos discos con mucho rock, y las llaves del auto. Gustosamente acepté el honor de llevarnos por el largo y sinuoso camino que nos conducía al desayuno.
Manejar por la carretera es verdaderamente un placer casi divino, en especial cuando, al mismo tiempo, se está estrenando el auto en el que se viaja. Sin embargo, este placer rápidamente se puede transformar en una tortura. Esto sucede cuando notas que llevas, al menos, tres copilotos que no se ponen de acuerdo en como copilotear, y lo hacen vociferando instrucciones al mismo tiempo. De pronto el rock que se escuchaba, se esfumaba gracias al volumen de voz de mis copilotos, al grado que tenía que hacer un esfuerzo considerable para poderme concentrar y evitar algun accidente en la carretera. Creo que esto fué un resultado del nivel de hambre que todos manejabamos en esos momentos. Era obvio lo que, como confiable chofer, tenía que hacer: Debía llevarnos a donde se encontraba la comida, de la manera mas rápida posible, y sin ninguna lesión (física o mental). Así que me convertí en uno de los odiados del camino: un "cafre".
Esto, aunque causó muchas reacciones entre los pasajeros (en su mayoría, negativas), al final fué aprobado por ellos: habíamos llegado a la barbacoa. El festejo se inició con una ronda de caldos para todos y tres cuartos de pura maciza de barbacoa. ¡Que festín tuvimos! En verdad, todos aquellos que tengan la fortuna de conocer el lugar del que hablo, sabrán que en verdad es un placer el poder comer ahí.
Después del desayuno, decidimos recorrer un poco mas a fondo la hermana ciudad de Toluca, así que el estrenón continuaba. La verdad, no recuerdo haber dejado de manejar por un laaaaargo rato. Si recuerdo que los conductores son mas respetuosos que en la ciudad. Para cuando decidimos regresar a la ciudad, la manecilla pequeña del reloj apuntaba hacia abajo, y la manecilla mas grande apuntaba hacia arriba (dimos un "rol" bastante largo por Toluca). Cuando llegamos de nuevo a casa, y el automovil ya estaba estacionado, noté que el kilometraje había ascendido de escasos 50 kilómetros recorridos, a la fabulosa cantidad de ¡310 kilómetros recorridos! Vaya "estrenón".
La próxima vez que recorra, en un día, la distancia equivalente a la que existe entre el D.F. y Acapulco, me gustaría ver que he llegado al mar...
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