"No necesito ir al dentista para saber que apesta". Este fue mi mejor argumento en contra de ir al dentista, cuando me enteré de que mi madre habia hecho una "cita sorpresa", a mi nombre, con el Dr. Anibal. No se si sea coincidencia, o sólo una de esas "ironías de la vida". Sin embargo, una de las cosas que provocan mi aversión a este dentista en particular, es que su nombre me recuerda al psicólogo mas sádico y sanguinario del cine: Hannibal Lecter. Esto hace que me imagine que al entrar al consultorio, una degenerada voz me recibirá con la frase: "Hello Rasmin... ftftftftftftftft!". Además, las pocas veces que me han forzado ir al dentista, siempre me han diagnosticado algún *mal* que requiere de intervención médica (ej: necesitan abrirme la encía para acelerar la salida de mis nuevas muelas).
Como era de esperarse, la ocasión anterior, ademas de recibir una dolorosa e innecesaria limpieza, el Dr. Anibal me dió la noticia de que necesitaba tomar un molde de mis dientes de abajo, ya que necesitaría usar un "paladar" (de hecho, no se llama así, ya que es para los dientes de abajo) para evitar que mi tratamiento con los famosos "braquets" que recibí en el periodo de 1998-2001 se fuera al demonio. Claro que yo hice todo lo posible para evitar que el dentista me hiciera pasar el mal rato de tener que usar un "paladar": "Pero no tengo la suficiente disciplina como para usarlo constantemente. Perdería su tiempo si hiciera el 'paladar'. Gracias por todo, pero permitame ahorrarle esa molestia...". Por muy original que esto pudíera sonar, no fue suficiente para convencer a aquel ortodoncista de respetable trayectoria. Su respuesta era de esperarse: "Ya. A nadie le caen bien los llorones". ¡Diablos! Ese fué un golpe bajo, y por el tono en el que lo dijo, sonó más a reto que a enseñanza.
Hoy regresé a encarar a aquel enviado del mal. Y a pesar de todas mis esperanzas, el "paladar" estaba lísto para que lo comenzara a utilizar lo más pronto posible. "Tal vez no sea tan malo como creo", pensé, ya que muchas veces, esos aparatos odontológicos sólamente se usan durante la noche. Siendo éste el caso, la tortura pasaría desapercibida, debido a que el sueño fungiría como anestesia para poder soportar cualquier molestia causada por este "paladar". Así que cuando todo el proceso de colocación concluyó, decidí disipar cualquier duda: "Así que... solo tengo que usarlo cuando duerma, ¿no es así?". Me sentí la persona más incrédula de éste planeta al enterarme de que lo tendría que usar en todo momento; excepto cuando comiera (vaya consuelo).
Ahora, cuando hablo, sueno parecido a un gangoso hebrio... ¡vaya incentivo para hablar en público!
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